miércoles, 25 de junio de 2008

El sinuoso camino de la orientación...



EL SINUOSO CAMINO DE LA ORIENTACIÓN
(EL SUJETO DEL INCONSCIENTE EN LA ORIENTACION EDUCATIVA
)


José Luis Maldonado Román.
Enero de 2007.

La búsqueda de una profesión, de la vocación es,
finalmente, qué debo ser, qué el Otro quiere de mi,
y así en esa deuda por la vida, creer que así al Otro
le pago lo que de hecho es impagable…de ahí
que bajo esa creencia de deudores confiables todavía
nos sentimos con fuerzas de gritar..
”..Yo no sé lo que valga mi vida, pero yo te la
vengo a entregar..” (José Alfredo Jiménez).
Vale la pena la reflexión: como no sé lo que vale mi vida,
dímelo tú, para así creer en lo valioso que yo te entrego,
esta reflexión vale también en la elección de carrera…
así lo he escuchado, lo supongo….
Jlmroman.


Los antecedentes..
La historia de la Orientación Educativa está tamizada por la angustia de la certeza y la unicidad que prevalece en otras áreas de conocimiento identificadas con las ciencias sociales, angustia por la ausencia de un marco teórico, sea porque no lo hay, o porque son demasiados los marcos teóricos y además dudosos como en el caso de la psicología.(1)

Así la búsqueda de un “marco teórico único” no es sino un acto o una intensión que busca esconder la angustia del no saber qué hacer, en otras palabras, la búsqueda de la verdad absoluta.

Escudriñando, encontramos que los orígenes de la orientación educativa desde La República de Platón (427-347 a. C.) donde su República utópica se compone de 3 estamentos sociales: la clase trabajadora y artesanal, la militar y la dirigente. Cada una de ellas con una función determinada, todo esto bajo la existencia de 2 mundos: el mundo de las ideas y el mundo de las cosas, y Dios como intermediario entre ambos.

Después con Martín Lutero (1483-1546) se inicia la secularización de las orientación educativa, esto es la transferencia de ese bien eclesiástico (la orientación) a personas o entidades públicas con fines profanos, la educación en manos del Estado.

Con Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) se concibe a la orientación como práctica humanista al resaltar las dimensiones naturalmente buenas del hombre en el orden de la consecución de un nuevo Estado Social, ideas que influyen notablemente en la Revolución Francesa. Que pasa actualmente? Que hoy la práctica de la orientación educativa, bajo la condición de ser componente de la educación tecnocrática, tiene que considerar las diferencias individuales de los sujetos, para lo cual en el terreno de la psicología están las mediciones psicométricas; el terreno de la pedagogía Edward Alfred Claparéde (1873-1940) pedagogo y psicólogo suizo dá lugar a la apertura de oficinas de orientación vocacional, en Boston tenemos noticias de la primera oficina con servicios de orientación vocacional a cargo de Frank Parsons, la cual terminó funcionando realmente como una oficina de selección de personal.

Aquí en México tenemos el intento de José Nava a través de su documento “La Orientación Educativa. Documento Base” que aglutina 40 años de la orientación educativa en nuestro país, y que, buscando una alternativa “ante los vicios pasados de la orientación educativa” termina como Claparéde integrando diferentes discursos (a la vieja usanza del eclecticismo) para dar respuesta a la demanda del Estado Mexicano.

Así, nos topamos con una realidad concreta del orientador en los diferentes escenarios, sea cualquier nivel educativo, sea institución pública o privada (y con mayor dramatismo en las instituciones privadas):

Al orientador se le percibe como un especialista en resolver todos los problemas.
El orientador enredado y entrampado en funciones de planificación.
El orientador (en función de los recortes presupuestales) desempeñando funciones administrativas de control o servicios escolares, ¡incluso en funciones de prefecto! ¡ o encargado de becas PRONABES!
El orientador en funciones disciplinarias con una mesita y apenas 2 sillas en el almacén o, si bien le va, ahí donde están resguardados los artefactos de la banda de guerra (visiten a las instituciones educativas privadas y se van a llevar mayores sorpresas, si los dejan entrar).


Bien, vemos así que la orientación y en su conjunto la educación tecnocrática transita con fines definitivamente utilitaristas, donde lo que menos importa es el sujeto, aunque los discursos oficialistas intenten reflejar otra cosa. De esta manera han surgido prácticas de la psicología, en particular de la orientación, y que como lo señala Braunstein (2006) “..se proponen formulaciones centradas nuevamente en la psicología de la conciencia, del Yo, del Self del grupo, del género, de la identidad, de la gestalten relacionales, etc…(en estos) ..tiempos también de la desilusión con la política y con la religión, tiempos en que se constata el sinsentido de los procesos de producción en los que el trabajador no puede reconocerse y del consumo desenfrenado de objetos cuya carencia de sustancia se trasmite al usuario, tan descartable como el producto industrial que él compra y tira…la oferta de terapias se multiplica con la misma velocidad que la variedad de mercancías en el supermercado y las hay para todos los gustos, compitiendo y ofreciendo un menú de opciones ilimitado” (2)

De ahí que se requiere de un nuevo discurso que evite la preocupación por eliminar la angustia del otro y promueva la constitución del sujeto con la plena participación de él, enfrentando el síntoma y ayudando a superar las diferentes alienaciones que se van constituyendo en la vida para no seguir viéndonos en ese mundo cuya visión estética -pero no ética- de hacer pasar por hermoso lo que en realidad son nuestras miserias, por llamarlas de alguna manera. Así, han terminado confundiéndose las exigencias formativas (humanas) con las exigencias de formación profesional, hoy se olvida en muchos planes de estudio a la historia, la ética, el estudio de los clásicos, etc. En medio de una crisis de valores que permea no solo a los diferentes estratos de la sociedad, sino también y de manera dramática, a la clase en el poder y a los grupos gobernantes.

Haciendo un alto en el camino y centrando la reflexión en el sujeto del inconsciente y la orientación educativa pongamos sobre la mesa de discusión 2 elementos: a) la historia del sujeto como condición principal, y b) el tiempo, no en torno a las disciplinas sino en torno al juego. En cuanto a la historia del sujeto, esa historia viene a ser el kaleidoscopio de los colores del deseo, donde el amor ha marcado a mi cuerpo dejando también inevitablemente las cicatrices del odio, Néstor Braunstein lo dice de otra manera, el desarrollo psicosexual y las colaterales zonas erógenas no son más que las marcas que el Otro (la madre) ha dejado en mi cuerpo, y así los niños buscan decir su historia jugando. De ahí la importancia de la terapia de juego como estrategia diagnóstica y de cura, pues el niño al jugar no hace más que anudar el pasado y el futuro en el presente, si en el adulto la posibilidad analítica es hacer de la palabra la posibilidad de Goce, el jugar es el acto poético de la infancia.

Hay que ver que el juego ha sido desterrado de la vida adulta, y así en la vida misma, en la docencia en particular, los maestros hemos divorciado el juego de la práctica de la vida y de la práctica de la docencia, no podemos jugar porque hemos olvidado nuestra infancia, la hemos reprimido. En un primer momento el tiempo se constituye como un enigma y la respuesta epistemológica se convierte en el mirar, el niño en sus primeros tiempos mira hacia todos lados tratando de organizar ese caos frente a él. En un segundo momento la respuesta es medir, cuando después de mirar hemos comenzado a organizar al mundo, lo cual nos aleja de nuestra condición animal, medir para poder predecir nuestra ignorancia, es así que lo sagrado, lo poético y las matemáticas son formas de medir el mundo y formas de responder con pasión a nuestra ignorancia.

Si el paso del primer tiempo al segundo tiempo del Edipo implica la separación del niño con la madre, al igual desde la perspectiva del crecimiento y el desarrollo implica el dejar de ser niño cuando el tiempo comienza a doler en la carne y así el descubrir y la misma búsqueda del saber es anticiparse al futuro.

El proceso educativo, la escuela tradicional, ha visto como peligroso el juego, por eso mediante la disciplina se busca silenciar el deseo y uniformizar el silencio, jugar es descubrir la bondades del lenguaje, de la invención. La religión (como corolario de la neurosis obsesiva) como un rito repite a cada momento lo mismo, el juego inventa, construye, rompe con la repetición. Por ello, para el niño el juego es como una palabra ante la angustia de la muerte, entendiendo a la muerte en su sentido metafórico, como la ausencia de límites (3)
(ausencia de límites que, como sabemos derivó en la fobia de Juanito a los 5 años).

También como corolario del paso del primer al segundo tiempo del Edipo, en el proceso educativo tenemos a la preprimaria o el nivel preescolar, ahí el niño vive su primer exilio y se inicia el destierro de la infancia. De alguna manera todos somos exiliados, de manera dulce y de manera amarga: de manera dulce al arriesgarnos a los enigmas de la otredad, al atrevernos a atravesar el río y tocar la otra orilla, llevando en la mochila cachitos que dejamos de la tierra de la cual partimos, permitiéndonos el encuentro con el Otro. De manera amarga, cuando en el destierro llegamos a la otra orilla con la mochila vacía, con amargura, con imposibilidad de compartir al haber desterrado la posibilidad de recordar.

Así el problema de la orientación, de la educación, es que hemos desterrado los recuerdos de la infancia, desterrado así también la historia y el juego. La neurosis busca desterrarlo porque ESO remite a los laberintos del deseo, la muerte y el deseo son fundamentos de la subjetividad de la infancia. Hay que arriesgarse a pensar a la orientación como un acto de fe, pero en todo acto de fe hay actos de herejía, hay que fomentar la herejía en la orientación, Nietzche, Freud y Marx están vinculados al acto de herejía al marcar la posibilidad de ver a la subjetividad de otra manera.

Nietzche al hacernos ver que la moralidad es el traspatio de la inmoralidad, Freud al mostrarnos que las razones del sujeto no están en el Yo, en la conciencia, sino en sus desgarros y desvestiduras, su castración, y Marx al demostrar la enajenación del sujeto en los procesos de producción.

Hemos abordado algunos de los momentos del principio del destierro mediante el proceso educativo, hablemos de otros momentos posteriores, el proceso de titulación en el nivel Universitario. Si bien se dice que los bajos índices de titulación obedecen a la falta de formación metodológica, inadecuada planeación curricular, etc., poco se habla del miedo a SABER, cuando el saber es arriesgarse al juego de las palabras. Saber y pensar es peligroso porque enfrenta a la angustia de la falta, titularse implica romper el último hilo del cordón umbilical con la Madre, la Universidad.

Por último, en el acto de enseñar (para no fomentar la anorexia al conocimiento), el maestro debe ser un provocador del deseo, del deseo de saber, aquel que empuja al alumno al encuentro con su ignorancia para que le de hambre….de Saber. Enseñar es un acto amoroso y el enamoramiento es una forma de engañar a la muerte por medio del amor.

Páginas Electrónicas de apoyo al tema:
http://www.eleccióndecarrera.com/
http://www.remo.ws/


ADENDA

Hoy 24 de enero de 2007, al concluir este escrito me he encontrado con la noticia de la muerte de Kapuscinski, y como en este escrito se ha tratado de hablar acerca de la ética, los valores implicados en la profesión, la pasión y el juego, Kapuscinski no era ajeno a estas preocupaciones, no solo no era ajeno sino que ello estaba implicado en el ejercicio diario de su vida y su profesión, por ello incluyo el homenaje elaborado por el diario La Jornada. Del libro que escribió: Los cínicos no sirven para este oficio, no debería ser válida solamente para su oficio, el periodismo, sino también para el mío, el tuyo, el de ustedes, el de psicólogo, más ahora en tiempos de canallas….


Editorial
Kapuscinski: exponente de la ética profesional

La muerte de Ryszard Kapuscinski, reportero, ensayista, pensador, fotógrafo, literato y testigo indispensable de su tiempo, obliga a la reflexión sobre los valores, y sobre la ausencia de ellos, en el oficio de informar, porque el periodista polaco los conjuntaba todos. Su obra es una combinación de rigor, creatividad, cultura universal, calidad de lenguaje, compromiso con los lectores y con las sociedades que de pronto brincan a las ocho columnas y se convierten en sujeto de la noticia; de pertinencia y agudeza en el comentario, de independencia crítica frente a los poderes públicos, independientemente de su ideología y de su bandera.
Ningún otro periodista cubrió como él, en extensión y en intensidad, las transformaciones sociales de la segunda mitad del siglo XX. El reportero polaco fue testigo de dos decenas de revoluciones en varios continentes, sobrevivió a misiones en otros tantos frentes de guerra, palpó de cerca la grandeza y la miseria de las confrontaciones humanas y entregó a sus millones de lectores en todo el mundo elementos de comprensión de las circunstancias, ya fueran locales, próximas o remotas, así como motivaciones para la indignación, la solidaridad y la esperanza.
Los ejes vertebrales de la ética periodística ejercida por Kapuscinski fueron siempre la honestidad intelectual, la desconfianza innata ante las verdades oficiales y la convicción profunda de que su trabajo, informar, no podía ser confundido con una operación mercantil. La información era para él ­y debiera ser para todo periodista­, por sobre todo, una relación social que exige la observancia de valores morales inequívocos, como lo señala sin ambigüedad el título del libro en el que recopiló sus reflexiones sobre el trabajo: Los cínicos no sirven para este oficio.
La figura del informador polaco recién fallecido contrasta, por esas razones, con el periodismo dominante en el mundo de nuestros días: un quehacer dominado, en su mayor parte, por un entramado de intereses empresariales para el cual el objetivo del oficio no es informar, sino obtener utilidades; una industria que se somete por conveniencia a los dictados del poder público para acumular un poder económico desmesurado. El proceso se cierra cuando ese poderío es transformado en fuerza de choque para domesticar a la opinión pública, y desviado, incluso, hacia los derroteros del golpismo mediático. En esos procesos, la veracidad y el entendimiento, los elementos principales de la información honesta, acaban machacados por los intereses, las componendas y los cálculos, en tanto que, en el interior de los medios, los periodistas de buena voluntad son, con frecuencia, hostilizados, marginados y obstaculizados en su trabajo por los propietarios y los administradores. Hoy en día, en las democracias formales, los practicantes de la censura ya no se encuentran principalmente en las oficinas de gobierno, sino en las propias direcciones de medios electrónicos y publicaciones impresas.
Un ejemplo cercano de ese antiperiodismo puede encontrarse en el vergonzoso desempeño de las grandes firmas estadunidenses de la información durante el arranque de la agresión lanzada por la Casa Blanca contra Irak. Reporteros, columnistas y editorialistas dieron por buenas, sin chistar, las mentiras del presidente George W. Bush sobre alianzas entre el régimen de Bagdad y Al Qaeda, sobre armas de destrucción masiva en poder de Irak y sobre los propósitos democratizadores y pacificadores de la incursión bélica que aún persiste, muy lejos del profesionalismo que exhibieron muchos de sus antecesores en Vietnam. Los reporteros enviados al país invadido se contentaron, durante estos cuatro años, con refritear los boletines emitidos por los mandos castrenses, se dejaron transportar, cuidar, alimentar ­literal y noticiosamente­ por las tropas invasoras, y actualmente, como lo ha señalado otro grande del periodismo independiente y lúcido, Robert Fisk, colaborador de La Jornada, casi todos los desinformadores occidentales destacados en el país ocupado permanecen recluidos en hoteles de Bagdad o en las oficinas de la ocupación, desde donde producen y envían a sus medios las versiones de los mandos estadunidenses.
Ante la descomposición moral y los extravíos mercantilistas que afectan al periodismo en México y en el mundo, la figura de Kapuscinski debiera ser repensada, en el ámbito de la información, como una referencia de entrega al oficio, de libertad ejercida por decisión propia, incluso en las circunstancias más adversas y peligrosas, y de compromiso con la verdad, la honestidad y la inteligencia.


(1) Nava Bolaños Guillermina. El Imaginario en torno a la Elección de Carrera. Una estrategia de intervención desde de la perspectiva psicoanalítica. Plaza y Valdez. México. 2000
(2) Braunstein, N., El Malestar en Psicoanálisis. Revista Carta Psicoanalítica número 8, marzo de 2006. http;//cartapsi.org/revista/no8/braunstein.htm.
(3) No hay juego sin reglas, el juego son sus reglas más su pasión.

jueves, 12 de junio de 2008

Seminario de Psicoanálisis de Niños


Amigos, alumnos y ex-alumnos:
Cuando anuncié por primera vez mi seminario cometí una equivocación, el inicio no será el 21 de junio de 2008, sino el viernes 20 a la hora ya indicada, un Seminario que, tentativamente, lo formulo como su nombre lo indica más arriba, tiene como propósito hacer no solo una reflexión teórica sobre las propuestas de Francoise Dolto, a partir de su experiencia y sus escritos, sino también generar el análisis a partir de las experiencias clínicas de los participantes y así buscar articular eso que en el terreno psi es una tarea bastante acuciante -teorìa y práctica- quienes gusten participar de esta experiencia, las sesiones serán los viernes a partir de la fecha ya señalada de 16:00 a 17:30 hrs. (cupo limitado) Clínica Güiris, 1er. piso, frente a la Zona Militar, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. E-mail jlmroman@yahoo.com
Ya cuento con las temáticas en torno a lo cual girará la reflexión, sin dejar de lado las necesidades que surgan en su momento, y bueno, se cuente con la posibilidad de abordar algo nuevo o imprevisto...
1. El niño puede soportar todas las verdades.
2. El hijo, síntoma de los padres.
3.-La enuresis
4. El pago simbólico de los niños.

Atte.

José Luis Maldonado Román

P.D. Hay un costo, pero éste no es lesivo, incluso, para nuestros estudiantes, claro hay un costo...

miércoles, 11 de junio de 2008

De mujer a mujer..



Isela Janeth Barrios Herrera.

Como certeramente afirma Rosario Castellanos “Mujer es un término que adquiere una matiz de obscenidad y por eso deberíamos cesar de utilizarlo”. Porque no se puede ser dama, señora, señorita y... mujer

Claro, ser mujer significa ser auténtica, dejarte llevar por tus deseos, superar el límite, ir más allá de las formas y normas sociales, permitirte la osadía de pensar, decidir y más aún, sentir.

Se ha dicho que la mujer es pura sensibilidad, pero ¿cómo no podría ser esto verdad si solo se le permite sentir a través de los demás? (padres, hijos, hombre).

Ser mujer no es odiar lo masculino, es ser libre, tener capacidad, voluntad y valor para sentir en ti lo que se te da la gana. Sin embargo, hay señoras que se creen mujeres porque hablan más fuerte, porque lo único que se permiten sentir es odio hacia los hombres, y a veces lucen tan masculinas!

Un chiste común entre los caballeros es que “la mujer perfecta es hermosa, escultural y muda! Y ellas hacen todo lo posible para que se siga considerando a ésta, la mujer ideal, cuando se someten a mil torturas para mantener una figura y solo abren la boca para decir necedades o no les preocupa en absoluto la figura pero abren la boca para decir necedades.

Cuando el hombre critica con recelo a la mujer, por su condición de mujer, lo hace porque la considera capaz, porque la cree rival con posibilidades, entonces busca venerarla para que ella se coloque en el altar y permanezca ahí sin posibilidad de acción. Y Ellas, nosotras preferimos sentirnos víctimas perseguidas y criticadas por el hombre o victimarias tratando de anularlo y ocupar su lugar; debemos ocuparnos en explotar esa mina intelectual que poseemos y que ellos temen sin razón, busquemos y ganemos respeto por nuestras capacidades intelectuales sin perder la feminidad.

Sí, tenemos las mismas capacidades pero no somos iguales, tenemos afortunadas diferencias que se complementan.

martes, 10 de junio de 2008

Una Chica Especial. Cuento


Una chica especial


César Mejía Zarazúa

Iba en mi grupo de la preparatoria. Estaba en mi salón desde el principio pero yo la llegué a tratar por ahí del segundo semestre, y eso porque era amiga de Jesús, un compañero de equipo que de pronto se unió a nuestro trío de extirpados sociales, harto de tener que soportar las idioteces segregacionistas de sus compañeros de equipo a causa de su homosexualidad. Nosotros tres (el cura, el grillo y yo) nos habíamos identificado desde el primer semestre por una auténtica convicción de destierro voluntario. Coincidíamos en los conciertos de los viernes y en la conclusión de que nos desagradaban nuestros compañeros de grupo, que tal parecía que habían sido previamente seleccionados de entre los más insulsos de la escuela: no mostraban conciencia política o alguna inquietud musical o literaria; ni siquiera tenían inclinaciones dionisíacas. La parte femenina la conformaba un grupo como de veinte chicas a las que era difícil encontrarles alguna gracia que tuviera algo que ver con su equipaje cerebral y no con sus atributos físicos que, en honor a la verdad, no eran para despreciarse.
Jesús llegó un día a nuestra mesa del laboratorio mientras intentábamos diseñar una práctica en la que había que poner de manifiesto la relación entre la masa y el volumen de un cuerpo, cuando de plano nos pidió con su voz meliflua que lo aceptáramos en nuestro equipo y nos explicó que estaba harto de la actitud que tenían con él los dos hombres del suyo. Le habían puesto por sobrenombre “Chuchis” y le prohibían tomar parte activa en el desarrollo de las prácticas; se burlaban de él todo el tiempo quizá en venganza de que las dos chicas del mismo equipo rondaban más con él que con ellos. Llegó a nuestro equipo y se dirigió al cura: “¿Puedo trabajar con ustedes?”. Recuerdo que el cura, jetón como siempre, sólo le dijo “pregúntales a ellos”, y nosotros, con cierta indiferencia, lo aceptamos a cambio de que elaborara los reportes escritos de las prácticas a entregar. Mientras nosotros hacíamos la parte manual de las prácticas él realizaba las operaciones, anotaba los datos y conclusiones y entregaba el reporte con el nombre de los cuatro integrantes. Luego se nos unió ella, se llamaba Esther, otra de las integrantes de su ex–equipo que de principio sólo se dirigió a Jesús, al parecer para convencerlo de abogar por ella ante nosotros y permitir también su inclusión en nuestro equipo.
Esther era una chica esbelta con acentuada apariencia oriental, sus ojos empequeñecidos podían situarla como china, coreana, vietnamita o japonesa, aunque había nacido en México. No tuvimos reparo alguno para aceptarla en nuestro equipo, excepto el hecho de que –según nosotros– habría que suavizar nuestro léxico, de común prosaico, ante una presencia femenina. Pronto habría de surgir la situación en la que nos daríamos cuenta de la notable personalidad de esta chica que, hasta entonces, se había mantenido inadvertida en el grupo.
Jesús y Esther decidieron también trabajar con nosotros en las otras materias de laboratorio, así que nuestro equipo llegó al límite de integrantes: los tres frustrados originales además de ellos dos. El cura, el grillo y yo teníamos la añeja costumbre de faltar a clases cuando sospechábamos que el tema no sería interesante. Habíamos adaptado un lugar lejano a las aulas en el que solíamos aislarnos para oír música mediante una grabadora que nos facilitaban clandestinamente en el cubículo de inglés, hablar de nuestras afinidades metafísicas y fumar mariguana cuando lográbamos conseguirla. Cierto día, Esther me preguntó que en dónde diablos nos metíamos durante la clase de lógica, que era la que invariablemente nos volábamos, y yo le contesté de broma que teníamos un escondite subterráneo en el que organizábamos misas negras y sesiones espiritistas, y la invité por si quería conocer realmente a “los hijos de satán”. Me sorprendió que aceptara la invitación y le prometí que a la primera oportunidad la llevaría.
Cuando consulté a mis compañeros me dijeron que podía invitarla a nuestro refugio –que, desde luego, no era subterráneo ni ceremonial– pero que tuviera cuidado porque éramos tres hombres y en un arrebato de fogosidad la podríamos violar. Un poco para sondear la mojigatería de la chica y otro poco para espantarla y preservar la intimidad de nuestro resguardo, así fue como se lo dije, y grande fue mi sorpresa cuando me contestó que aceptaba la violación siempre que no fuera multitudinaria.
La llevé un viernes a conocer el sitio. Abriéndonos paso entre los yerbajos silvestres que enmarañaban las zonas no construidas de la escuela, íbamos librando ramas espinosas y hormigueros gigantescos hasta llegar a un descampado adaptado con una lona apoyada en cinco bases tubulares irregulares, a la manera de una carpa, y bajo su sombra tres sillones despanzurrados de diferente estilo, además de un escritorio cojo, cuya pata rota había sido hábilmente suplida con un madero resistente que permitía su funcionamiento. Cuando llegamos, el cura y el grillo lucían apoltronados a lo largo de los sillones, uno leyendo en voz alta y el otro escuchando con los ojos cerrados. El cura leía a William Blake, haciendo referencia al origen del nombre de un grupo de rock: "Si las puertas de la percepción se abrieran, todo aparecería a los hombres como realmente es: infinito. Pues el hombre se ha encerrado en sí mismo hasta ver todas las cosas a través de las estrechas rendijas de su caverna”.
Nos hicimos presentes mientras mis compañeros, recién atizados según pude ver en sus ojos, se incorporaban con sorpresa y nos invitaban a sentarnos. Esther miraba alrededor con asombro y sonreía con cierto disimulo.
– Así que este es el escondite subterráneo de las misas negras – dijo, con un dejo de admiración.
– ¿Te gusta? – inquirí para sondear su opinión.
– Me encanta, es como un oasis en el desierto – señaló, sin dejar de echar vistazos alrededor.
– Pues de hoy en adelante ya sabes donde estamos cuando no estamos en clase – aclaró el grillo.
– ¿Les habrá sobrado siquiera para una fumadita? Aquí se antoja.
El cura y el grillo me miraron con un gesto de reproche, a lo que tuve que aclarar:
– Les juro que yo no le dije nada.
– Es verdad, no me dijo nada – terció Esther –lo único que me dijo fue que me iban a coger o algo así.
Los tres nos quedamos de una pieza. En lo que a mí respecta supongo que enrojecí mientras mis compinches trataban de aparentar aplomo. El cura hurgó en su morral, sacó media bacha y la encendió, al tiempo que Esther tomaba el porrito y fumaba con deleite y conocimiento de causa, luego me ofreció el resto y, con más confianza, me aticé también. Esther se dejó caer placenteramente en uno de los sillones mientras comentaba acerca de la lectura interrumpida.
– Esto te ayuda a abrir las puertas de la percepción, pero sólo a abrirlas, porque trasponerlas puede llevarte al infierno o a la locura.

Esther usaba de común una indumentaria rara que le daba un aspecto de peregrina gitana. Usaba largas faldas que apenas dejaban ver unos pies menudos enfundados en unas sandalias de piel desgastada, sus blusas en cambio eran cortas, con un escote pronunciado que permitía mirar la línea divisoria de sus pechos pequeños. No usaba sostén, por lo que durante las prácticas era costumbre que, al agacharse, pudiéramos ver sus pezones en cabezadas instantáneas y en miradas furtivas. Su cabello ensortijado le caía a ambos lados de la cara y su sonrisa le empequeñecía aún más los ojos. Era bella pero no era su belleza lo que en primera instancia llamaba la atención, sino lo fijo de su menoscabada mirada, que tenía un poco de desafío, otro poco de insinuación y mucho de misterio. Por lo regular estaba acompañada de Jesús, y a veces sus improcedentes carcajadas a media clase nos permitían intuir el gran ingenio y sentido del humor del “chuchis” que, de principio, no tenía la misma confianza con nosotros, con quienes externaba una actitud cohibida y silenciosa. Seguramente lo que influyó más para que los cinco nos uniéramos como una banda de respeto fue un detalle genial que ocurrió en el patio de la escuela.

Se formaban las planillas, que eran agrupaciones estudiantiles que buscaban representar al alumnado en gestiones diversas ante las autoridades. Había un plazo para pegar propaganda en los muros y explicar de esa forma las propuestas y planes que distinguían a cada planilla, así los estudiantes decidíamos por quién votar. Nosotros tres (los desarraigados) no creíamos en las buenas intenciones de ninguna planilla, así que materialmente nos era indiferente votar por alguna, y sospechábamos que Esther era tan apática como nosotros en ese sentido. Puede ser que lo fuera, y que el incidente que relato a continuación no tuviera nada que ver con sus inquietudes políticas.

Jesús sí estaba involucrado con la planilla rosa, que intentaba representar al sector gay y adoptar una postura combativa respecto a la condición de rechazo que sufría en la escuela, de modo que se afanaba pegando enorme cartulina en el muro principal cuando llega un rufián arbitrario surgido de alguna otra planilla y arranca el cartel, rompiéndolo y arrojándoselo a la cara al pobre Jesús, quien protestaba cívicamente argumentando sus derechos ciudadanos. Mientras tanto, los tres observamos cómo Esther aparece de algún lado y, sin anunciarse, le conecta un perfecto derechazo entre ceja, oreja y madre al patán aquél, que se tambalea pero no cae. Luego surge una chica (quizá novia del patán) y por la espalda jala de los cabellos a Esther, que se libera con un rápido movimiento y perfila el uno-dos perfecto a la mandíbula de la chica, quien no pudo evitar caer y golpearse medio cuerpo con una inconveniente jardinera de concreto. Llegaron raudos varios tipos con una actitud amenazadora hacia Esther, cuyas mentadas de madre se escuchaban hasta nosotros que, sin pensarlo, ya nos habíamos apersonado en el lugar de los hechos. Por lo menos yo nunca fui partidario de la violencia, pero me sublevó mirar cómo un tipo derribó a Jesús y pretendía patearlo, caído en el suelo. Corrí como desaforado y aproveché el vuelo que llevaba para lograr una impecable tacleada al bravucón, que salió arrojado hacia su frente y quedó en el suelo completamente desmadejado. Al buscar a Esther me encontré con que el cura blandía una varilla y se colocaba delante de ella.
– ¡Déjense venir, culeros! – gritaba el cura mientras bailoteaba con el fierro entre las manos.
– ¡Arránquense, hijos de su chingada madre! –gritaba Esther.
El grillo se rifaba con dos tipos, uno de ellos el que había recibido el descontón de Esther. Me arranqué de nuevo y pude pegar la tacleada con el antebrazo en las costillas del gandalla, que luego de caer tuvo que sortear una andanada de puntapiés del chuchis y sus congéneres. Mientras tanto el cura se había visto obligado a usar la varilla y ya nadie osaba acercársele.

Pronto los ánimos se calmaron, pero lo importante es que la raza se había enterado que había que tener cuidado con la planilla de los jotos, aunque nada impidió que todos fuéramos a dar a la dirección, y que se nos convocara en la “comisión de honor y justicia” (vaya nombrecito mamón) ya que existía la posibilidad de que nos expulsaran definitivamente. Al final nos perdonaron. Los informes de otros grupos nos favorecieron al grado de que condicionaron la permanencia de nuestros rivales (parece que no era su única “hazaña”) y eliminaron a su planilla para la votación final, pero lo realmente importante de todo este asunto fue que, de ser unos desterrados incógnitos en el ámbito escolar, los cinco pasamos a ser las estrellas del show. Ganó la planilla rosa, Esther se convirtió en algo así como nuestra sombra, lo cual nos impedía en cierto grado desplegar nuestra popularidad con las chicas, pues a pesar de que nos buscaban, a Esther le temían, y no les faltaba razón. Sin embargo, Esther nos aclaró el panorama de una forma que tal vez parezca increíble, y al platicarlo me pongo a pensar si la vejez del recuerdo no estará alterando la fidelidad de los hechos.

Una mañana fría (sé que era fría porque retengo en la memoria las palabras de Esther humeando por su boca) ella habló con nosotros en el refugio: “los cité porque tengo algo qué proponerles… aunque no sé cómo lo tomarán, y a fin de cuentas a mí nunca me ha importado lo que piensen de mí… pero con ustedes es distinto”. Sus pausas indicaban que buscaba las palabras exactas pero no las encontraba porque para lo que quería plantear no existía la diplomacia. “Yo no creo en el noviazgo y en esas pendejadas que le otorgan al novio el derecho a decidir cómo tiene una qué comportarse y qué es lo que está bien o mal. Tampoco soy partidaria de los celos… ni de la pertenencia de una persona a otra. Sé que no encajo en los procedimientos humanos… que me parecen absurdos y egoístas”. Hablaba con la vista baja y el vaho que salía de su boca parecía envolver, con su vaporosa apariencia, la solemnidad de sus palabras. “Necesito tener a alguien a mi lado, besar a alguien, acariciar el cuerpo de alguien y también sentir sus caricias, pero sin encadenarme a un sentimiento tirano como el amor, y aunque eso no depende mucho de uno mismo por lo menos hay que intentar no perder la dimensión de las cosas… ya me he perdido un poco… lo que quiero decirles es que los tres me agradan, y que pueden disponer de mí sin compromisos de exclusividad…”

Los tres estábamos fascinados mirando cómo la neblina tenue que nos cercaba parecía colocarnos en el ambiente exacto para establecer un compromiso insólito. Nadie dijo nada después de las palabras de Esther. Fue el cura quien primero se acercó a ella y, apartándole los cabellos de la cara, la besó. Ella respondió al estímulo rodeando con sus brazos el cuello del cura. Después el grillo, con algún nerviosismo acercó su cara a la de ella y no tuvo que hacer nada más, pues ella lo atrajo hacia sí y lo besó largamente mientras yo pensaba que tal vez la atmósfera brumosa y el escenario fantasmal en que nos encontrábamos era el simple resultado de un extraño sueño compartido. Cuando la besé sentí primero la delicadeza de sus labios abrirse con docilidad, luego sentí como su lengua exploraba la mía en un encuentro que, si bien era tierno, también tenía su parte de provocación. Me hechizó su manera de besar y amoldar su cuerpo al mío en perfecto ensamblaje, la sensación de nuestros cuerpos adheridos era tal que hubiera deseado permanecer así todo el tiempo que se pudiera, pero ella separó sus labios de los míos, dio media vuelta y se fue desvaneciendo lentamente entre la niebla como si todo no hubiese sido otra cosa que una fortuita aparición. Los tres enmudecimos un momento y quedamos absortos, con una expresión idiota, como de arrobamiento, quizá enamorados, y para peor, de la misma chica.

El pacto surgió después:
- El cura los lunes, el grillo los miércoles y yo los viernes.
- Martes y jueves todos juntos sin violentar la situación.
- Prohibido platicarnos a nosotros mismos nuestra onda con ella.
- Prohibido enojarnos entre sí.
- Llegado el caso, usar condón.

De aquí en adelante sólo puedo hablar de ella y de mí y de la extraña relación que nos unía los viernes. Eran los días que había concierto y pasaba la hierba de mano en mano en la explanada. Gordos cigarros rudamente forjados iban y regresaban. Normalmente Esther y yo aprovechábamos para ponernos a tono y así disfrutar el concierto, que a veces se alargaba según evolucionara la aceptación del auditorio. Después nos íbamos a compartir nuestras liviandades al refugio. Nunca me permitió que la penetrara a pesar de que siempre llevaba un condón listo en mi bolsillo. Podía colocar mis manos en todo su cuerpo (duro y exquisito), explorar sus íntimas exudaciones y frotar su clítoris con mi dedo medio o con mi lengua, sorber y morder sus pezones erizados, acariciar sus nalgas redondeadas y recorrerla toda hasta mitigar mis deseos contenidos. Ella sabía utilizar magistralmente sus manos y su boca, y era un deleite beber nuestro aliento entrecortado mientras ambos cuerpos se entregaban a los goces que nuestra imaginación pudiera alimentar. Pero nunca la penetré.

La semana se me hacía eterna y de pronto me descubrí cebado como los tiburones que han saboreado la sangre de su presa. Había ido creando una fuerte adicción hacia Esther y un día era demasiado poco para arreglarme con todas las secreciones hormonales que recorrían mi interior. Los martes y los jueves eran días buenos en que los cinco permanecíamos juntos. Nos reuníamos en el cubículo de la planilla rosa, donde Jesús nos convidaba café y galletas mientras le ayudábamos a preparar sus volantes informativos y discutíamos posibles soluciones a diversos problemas planteados por los alumnos. Al final todos nos íbamos al refugio para atizarnos, pues la consecución de la hierba se había facilitado mucho gracias a nuestra cercanía moral con la planilla rosa, que entre sus miembros tenía una pequeña población perteneciente a la sociedad pacheca. Eran buenísima onda los gays, y en honor a la verdad, muy responsables de su compromiso. Adoraban a Esther e intentaban por todos los medios convencerla para que se integrara a ellos, pero ella les tenía bien advertido el asunto de que sólo podía echarles una mano dos días a la semana, y tenían que conformarse con ello.

Como era de esperarse, la comunicación que teníamos los tres relegados sociales antes del asunto de Esther se vino abajo. Es verdad que nos seguíamos viendo, aunque con mucho menos frecuencia. Solíamos coincidir los martes y los jueves y fingíamos (por lo menos yo fingía) llevar la misma relación de siempre, pero los tres sabíamos (por lo menos yo sabía) que las cosas no podían ser como antes. Interiormente, lunes y miércoles me roían los celos al pensar que Esther hacía con mis amigos lo mismo que hacía los viernes conmigo. Nunca estuve preparado emocionalmente para sobrellevar una relación como la que llevaba, pero ¿qué podía hacer? si me había enamorado como un gran imbécil y sospecho que el cura y el grillo estaban en la misma condición. Ella lo sabía, o mejor dicho, lo sentía, de modo que la situación poco a poco se iba haciendo insostenible a mis ojos. El refugio seguía siendo frecuentemente visitado pero ya no éramos los tres originales visitantes, de hecho, ya los tres originales visitantes rara vez teníamos oportunidad de hablar sin la presencia de Esther, y ya no porque ella nos atosigara con su presencia, sino exactamente por lo contrario.

Es difícil que tres adolescentes posesivos puedan tener el criterio para sobrellevar una situación como la que aquí relato, pero es más difícil que dicha situación permanezca intacta en su proceso (o quizá una cosa debido a la otra). Algo hay, tal vez la ley de las probabilidades o el destino o el curso ignoto del azar, que acaba por intervenir y definir los hechos. En este caso, la definición fue bastante triste para mí, y llegué a pensar que sí, que en efecto un ente incorpóreo e imprevisible determina resolver toda clase de realidades, no sin dolor.


A la distancia, no puedo asegurar que lo que realmente sentía por Esther fuera amor, pero en esos momentos hubiera sido capaz de cualquier cosa con tal de quedarme con ella sin tener que compartirla; con tal de haber llevado con ella una relación normal, como cualquier otra. Súbitamente la necesidad que sentía de ella se había centuplicado y lo peor del caso es que no tenía absolutamente a nadie a quien confiar mi problema, que sin ser problema yo así lo dimensionaba (síndrome de adolescencia). Un sólo día a la semana llegó a ser demasiado poco y nuestros encuentros fueron cambiando su significado hasta convertirse para mí en una especie de limosna, y cuando estaba a punto de hablar con ella para revelar mi complicación, ocurrió lo que ocurrió.

Era un jueves, llegué temprano a la escuela y entré a clase. La maestra de latín anotaba en el pizarrón una serie de declinaciones y yo, con toda resignación, me senté a copiarlas en mi cuaderno. En eso entró Joaquín, integrante de la planilla rosa, con una agitación inusual; entró abruptamente al salón y me dijo al oído que habían golpeado a Jesús, que él lo había encontrado sangrando de la cabeza y que hasta el momento no sabía quién había sido. Salí del salón y fui directamente al cubículo rosa, donde Jesús era atendido por dos chicas que recién se habían enterado. La hemorragia era escandalosa y en ese momento el coraje que sentí no me hizo pensar más que en la venganza. La herida sangraba copiosamente y supuse que urgía llevar a Jesús a que lo suturaran en la enfermería. Entre todos lo ayudamos hasta que la enfermera lo introdujo a su pequeño local y nos pidió regresar por él en media hora. Una punzada intuitiva me sugirió ir al refugio, creyendo que (en realidad creyendo nada, sino preso de una confusión absoluta y actuando casi por instinto) por lo menos en el trayecto habría tiempo para despejar la mente, así que fui hacia allá llevando una intensa sensación de incomodidad que, estoy seguro, iba más allá del asunto de Jesús.

Atravesando el frío otoñal de la mañana, casi para llegar, escuché unos gemidos entrecortados que me obligaron a silenciar la marcha y ocultar mi llegada. Ahí estaban Esther y el cura, abstraídos por completo del mundo exterior: ella montada sobre él, diagonalmente acomodados en uno de los sillones, cubriéndoles la piel el ancho vuelo de la falda, balanceándose sincrónicamente en un movimiento frenético. En una palabra, cogiendo. Yo sabía que el acto necesario de prudencia que me correspondía era regresar sin ser advertido, pero una luz de perversión me invadió y decidí hacerme presente. Quería que ella supiera que había visto todo, quería que ambos supieran. Caminé un poco hasta colocarme en un punto en el que los dos pudieran verme, y con una voz temblorosa y hueca les avisé con parquedad que habían madreado a Jesús, que estaba en la enfermería y que urgía averiguar quién había sido.
Di la media vuelta y en el camino de retorno iba recreando el repentino cambio en la cara de los dos, del furor lúbrico a la sorpresa. Ni siquiera habían intentado disimular su postura o dejar de hacer lo que estaban haciendo, y una punzada en alguna parte de mi interior me recordó que Esther nunca había accedido a hacer el amor conmigo, y volví a sentir el ardiente efecto de los celos incendiarme por dentro.

Cuando llegué de nuevo a la enfermería estaban cosiéndole la cortadura a Jesús. Él ya estaba más tranquilo y cuando le pregunté que quién había sido, me dijo que me lo diría en el cubículo en cuanto terminaran de suturarle la herida. Poco después llegaron el cura y Esther, y con absoluta desenvoltura me saludaron y me preguntaron si ya había averiguado algo. A mi vez, ocultando la terrible decepción que me acometía, intenté aparentar tranquilidad y les comenté que había notado misterioso a Jesús y que no había querido decirme nada en la enfermería.
– Tal vez fueron los mismos pendejos de la primera vez ­–dijo el cura con algún resentimiento.
– No creo, esos culeros están condicionados, a menos que los hayan corrido por otra razón y hayan buscado el desquite – explicó Esther.

Luego de sopesar la naturalidad de la actitud de ambos, empecé por preguntarme cuál era el delito si es que lo había, cuál era la razón de mi cólera, por qué pretendía que ellos deberían tener algún sentimiento de culpa, y entendí que, finalmente, todo estaba en su lugar. ¿Alguien me había engañado? ¿No sería que mi egolatría se veía avasallada por una derrota sentimental? Estaba claro: ella prefería al cura, ¿lo sabría él? Me quedé unos minutos conjeturando hasta que salió la enfermera con Jesús, le entregó unas pastillas contra el dolor y le recomendó que interpusiera una queja en la dirección contra el responsable de la agresión. Justo para abandonar la enfermería llegó el grillo, haciendo valer su proverbial impuntualidad.


– ¿Qué te pasó, cabrón? –preguntó, todavía con la agitación de la prisa.
– Vamos al cubículo, no podemos hablar aquí.

El cura y Esther se levantaron y todos nos dirigimos al cuartel general de la planilla rosa, defensora de los derechos de los alumnos, propulsora de debates con el cuerpo académico, generadora de propuestas para reunir fondos y organizar eventos artísticos y culturales, creadora de campañas de información sexual y receptora de toda clase de quejas o inquietudes de los estudiantes. A pesar del tradicional espíritu obcecado y retrógrado que priva en las instituciones educativas, el alumnado se había percatado del compromiso que habían asumido los miembros de la planilla y en la misma medida habían compensado con propuestas a considerar y con una implicación de aparente apoyo.

Jesús se había vuelto imprescindible para la buena marcha de la planilla. Había sabido desplegar su liderazgo organizativo y los estudiantes lo conocían y lo respetaban en tanto receptores de los beneficios de su comisión, seguramente por eso fue que el director de la institución le envió un mensaje muy claro en labios del golpeador, que ni siquiera era alumno del plantel: “Me manda el ing. Rosales a decirte que le bajes tres rayitas a tu desmadre, que le estás poniendo en contra a los chavos”. Luego un fulminante gancho al hígado que dobló a Jesús y que lo mantuvo de hinojos unos momentos: “próximamente el inge te va a enviar un documento en el que te explica con pelos y señales cuáles van a ser de hoy en adelante las verdaderas funciones de tu planilla” y luego así, resoplando genuflexo, fue como lo sorprendió el golpe final en la cabeza. Pudo haber sido un bat, una varilla o cualquier cosa. Jesús ya no supo nada hasta que despertó sangrándole la cabeza en el regazo de una de las dos chicas que se percataron de la súbita carrera con que el tipo salió disparado del cubículo.

Así las cosas, tomaba forma el estilo autócrata de nuestro notable director, y nos colocaba en una delicada complicación a los colaboradores de la planilla. Pasados unos días, se dio el nombramiento oficial del consejo estudiantil, en el que aparecían minuciosamente seleccionados los mismos estudiantes con los que zanjáramos la primera dificultad. Pareciera que las autoridades de la preparatoria se empeñaran a toda costa en restringir los espacios de pensamiento, reflexión y libertad para los alumnos, pues prohibieron conciertos, conferencias, exposiciones y todo tipo de evento, con el pretexto de que éstos promovían la toxicomanía y la promiscuidad entre el estudiantado.

Jesús convocó a junta al personal de su planilla y a todos los que de algún modo colaborábamos en ella. Nos advirtió que había recibido de la dirección una orden por escrito en la que se nos conminaba a operar como brazos organizativos y ejecutores subordinados al consejo estudiantil. Sometió a votación la decisión final y, luego de los resultados de ésta, disolvió a la planilla rosa y redactó un comunicado en el cual declaraba abstenerse en lo sucesivo de participar en actividades escolares ajenas a las estrictamente académicas.

Luego de variados acontecimientos escolares en los que se definió con toda claridad la inmovilidad a que deberíamos acostumbrarnos para evitar problemas, y en apego a nuestra vuelta a la vida civil, sin militancia de ninguna clase, podíamos gozar de más tiempo libre. Recuerdo que en esos días pude pensar con cierta calma y redefinir la situación general, pues a pesar de mi enamoramiento comprendía que no estaba en situación de exigir absolutamente nada, y hacerlo (exigir algo) hubiera dado al traste con mi fuga sensorial de los viernes, que persistía con toda normalidad. Así las cosas, el convenio de nuestro triunvirato seguía siendo continuar nuestra clandestina relación con Esther. El semestre estaba a punto de terminar.

Yo la notaba ajena, distraída, como quien no sabe cómo deslizar su humanidad por el pedazo de vida que le corresponde. Seguramente le preocupaba el hecho de haber provocado una situación que se le había ido de control y cuya solución no dependía estrictamente de ella. Así es como la veía yo, aunque al parecer su preocupación nada tenía que ver con alguno de nosotros. Durante la clausura del curso, a la que nos comprometimos a asistir más o menos la mitad del grupo, no teníamos otra cosa qué hacer sino aplaudir cuando presentaran a las autoridades en el presidium, guardar silencio durante cada una de las peroratas y estrechar con reverencia la mano de cuanto mamarracho inescrupuloso se apareciera por ahí. Esperábamos que terminara la ceremonia para llevar a Esther a celebrar el fin de semestre a casa del grillo, que estaba sólo, cuando repentinamente ella se levantó y se dirigió hacia el presidium, en el que el maestro de ceremonias estaba por declarar la clausura del semestre escolar, y pidió la oportunidad de dedicar unas palabras al director. El maestro de ceremonias, sonriente, pensando que las palabras de Esther seguirían la misma línea rastrera de cuantos la antecedieron, le alargó el micrófono y ella habló.

“Señor Director: no preparé, como hicieron los demás, un guión que me llevara a conectar las ideas de mi discurso, porque lo que tengo que decirle es muy simple. Yo soy muy joven, voy a cumplir apenas mi mayoría de edad y quizá sea ese el inconveniente capaz de restar validez a mis palabras. Yo creo que todos tenemos una deuda grande con nuestra sociedad y debemos pagarla. La mía consiste en estudiar duro y en intentar a diario ser consecuente con lo que quiero que sea mi país. Pero si en este momento estoy diciendo lo que estoy diciendo sólo para simular y al salir de aquí lo que hago es forzar las cerraduras de la subdirección para robar los exámenes finales y venderlos, ¿Qué es lo que sería yo? ¿En qué me estaría convirtiendo? Señor Director, no le quito más su tiempo, sólo me resta decirle que los alumnos sabemos la clase de persona que es usted, y no sólo usted, sino con toda seguridad también los ‘honorables’ señores que lo acompañan, y le pido a mi destino que ojalá nunca tenga que torcer mis convencimientos al grado de llegar a ser como cualquiera de ustedes, porque entonces mi vida se habría convertido en algo inservible. Gracias por permitirme hablar”.

El auditorio adquirió una majestuosidad repentina cuando se vio envuelto en tanto silencio. No se oyeron aplausos ni cuchicheos. Sólo se vio la delgada figura de Esther entregar el micrófono y darse media vuelta, recorrer la escalinata que la depositaba en el pasillo principal y abandonar la sala. Nosotros, absortos, nos quedamos mirándonos sin saber con certeza lo que teníamos que hacer. Sin embargo, a falta de iniciativa nuestra, el resto del público empezó a abandonar el auditorio de una manera que se adivinaba como un acto de solidaridad hacia Esther. El silencio de la multitud y los ruidos sordos de nuestros pasos en el suelo formaban una especie de concierto luctuoso, mientras los honorables miembros del presidium quedaban pasmados ante el atrevimiento de la chica. Los tres pretendíamos acelerar la marcha, reunirnos con Esther, felicitarla por su acto de valentía y cerrar el final del semestre con broche de oro, pero no podíamos agilizar la marcha debido a que la calmosa multitud llevaba un paso lánguido que no había forma de alterar. Una vez en la explanada, volteábamos a las bancas esperando descubrir entre el gentío la sonrisa cómplice de Esther. Esperamos un momento no muy largo con la esperanza de que ella se reuniera con nosotros; nos dispersamos hacia los lugares donde la lógica indicaba que podría estar; luego nos volvimos a reunir con idénticos malos resultados. El asunto es que jamás dimos con ella, lo que nos movió a pensar que probablemente algún sicario del director la había detenido a la salida y la habría forzado a permanecer cautiva. Ya después comprendimos que ningún tipo en la escuela, esbirro o no del director, porro o estudiante, tenía los tamaños para intimidar de ninguna forma a Esther, por lo que decidimos ir a buscarla a su casa, pero en ese momento reparamos en el nimio detalle de que nadie de nosotros conocía su casa, y nos quedamos como estúpidos, sin saber qué hacer.

Cuando acudimos a control escolar nos encontramos con la sorpresa de que todavía había por ahí algunas trabajadoras. Entramos y empezamos a actuar el papel previamente ensayado: necesitábamos urgentemente averiguar el domicilio de nuestra compañera de equipo porque ella tenía en su casa un trabajo que nos exigían para modificar a nuestro favor una calificación equívoca. El profesor iba a permanecer una hora más en la escuela y era apremiante localizar a nuestra compañera.
– Tenemos absolutamente prohibido revelar datos de los alumnos.
– Este es un caso de verdadera urgencia…
Sorpresivamente aparece una diminuta mujer por entre los archiveros del fondo de la oficina, nos mira con una indecisa insistencia hasta que resuelve acercarse a nosotros.
– ¿Cómo se llama la persona a la que buscan?–pregunta con una colosal timidez.
– Esther Lozano Duang –contesta el grillo
– Dejó una carta para Jorge Hidalgo, ¿Es alguno de ustedes?
El cura se abalanzó sobre el papel hasta casi arrebatárselo a la señora, quien amablemente le pidió con su voz escrupulosa que le mostrara su credencial; luego de revisarla con una desesperante calma, y antes de regresar a su lugar, la señora nos aclaró que la chica se había dado de baja en la escuela, y que ella misma le había devuelto sus documentos.

Ni el grillo ni yo quitábamos nuestra mirada de la cara del cura, que mientras leía se iba transfigurando de la curiosidad a la frustración. Luego de leer, estiró simplemente su mano mirando con tristeza hacia la lejanía y nos entregó el papel: “Me voy con mi madre a Bangkok, no hubiera podido decírselos de frente. Este país no es para mí, no lo soporto. Perdón y gracias por todo. Jamás los olvidaré”.

Luego de quedar atónitos, sin saber qué hacer o qué decir, se me ocurrió que tal vez Jesús sabía dónde vivía. Ellos habían sido confidentes y no hubiese sido raro que alguna vez Esther lo hubiera invitado a su casa. Lo buscamos por toda la escuela sin encontrarlo, y cuando estábamos a punto de rendirnos alguien nos dijo que estaba en el último rincón de la biblioteca, que a esas alturas del semestre estaba casi totalmente vacía. Al llegar con él parecía que dormía con su cabeza apoyada de lado entre sus brazos cruzados. Cuando levantó la cara vimos que lloraba, y al vernos su cara adoptó un gesto de enorme dolor y cerró sus ojos enrojecidos para decirnos en seguida: “Me hizo prometerle que no les diría dónde vive, me dijo que le faltó valor para explicarles todo y que sentía que les había hecho daño, me pidió que les pidiera perdón en su nombre, y aunque me pongan en la madre no voy a decirles dónde vive, tal vez mañana que ya se haya ido.”

Jesús sufría más que nosotros y ni utilizando la tortura le habríamos sacado algo, de modo que los tres nos quedamos callados, yo admirando el cariño lleno de lealtad que le guardaba a Esther y los otros dos mirándolo con cierta ternura. Los cuatro salimos de ahí ensimismados, sin la menor intención de asistir al concierto de clausura, del que se empezaban a oír los primeros acordes y batacazos, y que, en especial a mí, me habría atiborrado de dolorosas evocaciones. Nadie habló. Una vez fuera de la escuela nos dimos la mano para despedirnos y luego cada quién tomó su rumbo.

En lo personal, viví las peores vacaciones de mi vida: lleno de recuerdos frescos que me inducían al llanto o a la masturbación; sintiendo por primera vez la impotencia en toda su dimensión; luchando interiormente por olvidar y confrontándome con la imposibilidad de hacerlo; descendiendo en el cansancio nocturno hasta sueños recurrentes amargo-eróticos.

Sobra decir la forma en que la tristeza nos tragó a los tres, que un día de vacaciones (en el colmo del ridículo) nos reunimos a tomar unas cervezas y terminamos llorando como si ella se hubiera muerto. Luego de aquella reunión no volvimos a vernos sino hasta el siguiente semestre. Nos encontramos en el refugio sin habernos puesto de acuerdo. Acudimos todos a recordar a la mujer que había dejado impregnada su presencia en nuestro resguardo compartido, y en nuestro corazón…

"El", de Canarias a Madrid, exilio al Uruguay y de ahí a México


"El", de Canarias a Madrid, Exilio al Uruguay y de ahí a México

José Luis Maldonado Román

agosto de 2013

Alicia Llarena, originaria de las Islas Canarias escribe, después de una exhaustiva investigación la biografía de Mercedes Pinto: “Yo soy la Novela. Vida y obra de Mercedes Pinto” ahí nos relata que su investigación fue motivada por el desconocimiento de la vida y obra de esta mujer y que, si se le mencionaba, solo era por la referencia a la Película de Buñuel basada en la novela “EL” y al parecer en otra de la misma autora cuyo título era “Pensamientos”. Gracias a esta investigación podemos saber ahora que Mercedes Pinto (socióloga y pedagoga) era originaria de Islas Canarias –como su biógrafa- que la novela fue boicoteada para su publicación en España y en otros lugares de Europa -actividades políticas, sus ideas feministas y una polémica conferencia en la Universidad de Madrid, cuyo título fue “El divorcio como medida higiénica”, al parecer fueron las razones- por lo que la autora se vio precisada a publicarla en Uruguay en el año de 1926. Se sabe también que Mercedes Pinto escribió mucho más y que sus últimos años pasó en la Ciudad de México colaborando en las páginas del Suplemento Los Jueves de Excélsior donde muere en 1976.
Veintiséis años después (1952) de la publicación de la novela, ésta es adaptada para elaborar el guión de la película del mismo nombre por parte de Luis Alcoriza y el mismo Luis Buñuel, quien a su vez la dirige. Según se sabe Buñuel está enterado que Lacan ha publicado en Francia su tesis de Psiquiatría destinado al estudio de la paranoia, pero además ha iniciado algunos seminarios referidos al mismo tema y Buñuel, antes de dirigir “EL” viaja a París para estar presente en ellos. No es desconocido el vínculo que Lacan tuvo con los Surrealistas, no debe sorprender entonces el interés que Lacan pudo tener en el proyecto de Buñuel.
La película fue mal recibida por el público y la prensa mexicana, sin embargo fue presentada en el Festival de Cannes, el interés es despertado solo en un pequeño público. En cambio Jacques Lacan se entusiasma y en repetidas ocasiones es mostrada a sus alumnos en su Seminario, particularmente su seminario sobre La Psicosis de 1956, se sabe también que Lacan y Buñuel hablaron en varias ocasiones en relación al filme, en su “Mi último Suspiro” Buñuel dice:
“La película fue presentada en el festival de Cannes en el curso de una sesión organizada -me pregunto por qué- en honor de los excombatientes y mutilados de guerra, que protestaron vivamente. En general, la película fue mal recibida. Con algunas excepciones, la Prensa se mostró hostil, Jean Cocteau, que antaño me había dedicado algunas páginas en Opium, declaró incluso que con Él yo me había "suicidado", Cierto que más tarde cambió de opinión. Me fue ofrecido un consuelo en París por Jacques Lacan, que vio la película en el transcurso de una proyección organizada por 52 psiquiatras en la Cinemateca. Me habló largamente de la película, en la que reconocía el acento de la verdad, y la presentó a sus alumnos en varias ocasiones. En México, un desastre.”

Falta espacio para comentar la infinidad de detalles de “EL”, ese tejido fino que Buñuel fue capaz de mostrar en torno al delirio paranoico, la función que en EL tiene la mujer, el Padre (encarnado por el sacerdote de la película), la necesidad del otro hombre que motorice los celos pero que muestre el camino de cómo ser y haga factible el vínculo social “..Mientras están solos, él se hace sacar fotos por ella y pospone las fotos de Gloria; de ese modo, nos deja ver que sólo está con él. Pero cuando aparece otro hombre entonces sí puede establecer una relación con ella; aunque, claro, basada en los celos. ..” Eso ayuda a mitigar la indefinición del paranoico de su ser en sí; de ahí la obsesión que EL (Don Francisco) otorga a las herencias y a los “títulos” que otorguen el nombre, el Nombre del Padre.

Y al final, remitiéndonos a la propuesta de Lacan en su Seminario sobre la psicosis respecto a que el delirio del paranoico es un intento de sanar, pero un intento fallido de sanar, logra Don Francisco una nueva estabilización: “Ya vio Padre que yo tenía la razón?....Aquí por fin he encontrado la verdadera paz de mi alma”

Concluimos con estas palabras de Buñuel:

“Los paranoicos son como los poetas. Además interpretan la realidad en el sentido de su obsesión, a la cual se adapta todo….el personaje es patético. A mi me conmovía ese hombre con tales celos, con tanta soledad y angustia dentro y tanta violencia exterior. Lo estudié como un insecto”

Agosto de 2005 actualizado agosto de 2013

Bibliografía
- Rodríguez Hage, Teresa. Buñuel, Pinto y la Fuentes del Film “EL”
http://www.cervantesvirtual.com/
- Buñuel, Luis. Mi último Suspiro. Plaza & Janés. Barcelona. 1982.

sábado, 7 de junio de 2008

Centenario del nacimiento de Jacques Lacan



Centenario del nacimiento de Jacques Lacan

José Luís Maldonado Román


En julio de 1980, mismo año en que Jacques Marie Émile Lacan disolviera la Escuela Freudiana de Paris y después de dictar una conferencia en el congreso de Caracas –Único país latinoamericana que visitara de manera oficial, aunque se sabe que estuvo también en México en 1966- se encontraba rodeado de psicoanalistas considerados no Lacanianos , por esto fue llamado y hasta cierto punto reclamado para que se reuniera con aquellos que se consideraban los lacanianos; Jacques Lacan se dirigió a ellos diciéndoles, palabras más palabras menos: “…está en ustedes ser lacanianos, si así lo desean, ese es su problema; yo por mi parte soy freudiano”. Con casi 80 años de edad, visiblemente afectado en su capacidad física y al final también en la intelectual, dada muestra, con esa respuesta, no solo de la lucidez teórica que lo caracterizo, sino también de su sensibilidad clínica para señalar y advertir los riegos y el engaño al que pueden orillar las filiaciones narcisistas…aún se diga que en su vida personal estuvieron presentes situaciones que podrían equiparse al culto a su personalidad.
A cien años de su nacimiento y veinte de su desaparición física, circula ya en varios idiomas, incluyendo el español, una considerable cantidad de obras que abordan no solo su legado teórico sino también los vaivenes de su evolución intelectual y profesional, sus vínculos y sus rupturas de diversa índole. Nacido el 13 de abril de 1901 en Paris, muere el 9 de septiembre de 1981 por una complicación que le produce peritonitis seguida de septicemia. Proveniente de una familia católica y educado en un colegio jesuita, sin embargo se va a manifestar desde muy temprano contrario a las costumbres y creencias familiares. Posterior a sus estudios de medicina cursa los estudios de psiquiatra realizando prácticas profesionales en las instituciones mas relevantes de Paris. Resulta significativo que en 1931, su incursión a los textos freudianos no se da tanto a través de los círculos psicoanalíticos oficiales de Francia sino a partir de su relación con los representantes del movimiento surrealista y los filósofos alemanes, exiliados voluntaria o involuntariamente por la persecución nazi. Contrario a la postura de Freud, quien en reiteradas ocasiones manifestó su desconfianza hacia el interés de los surrealistas por el psicoanálisis además de su postura de no contaminarse con el acercamiento a la filosofía como puede leerse en su “contribución a la historia del movimiento psicoanalítico” y su “presentación autobiográfica” (Freud, S., 1914: 15 Y 1925: 15 respectivamente) el freudismo lacaniano se va a nutrir de su vinculo con los surrealistas, la lingüística y el pensamiento hegeliano.
El retorno a Freud, ya celebre propuesto por Lacan, como el retorno a Marx propuesto por Althusser, permitió reconocer las series de desviaciones si no es que incluso las series de atribuciones que se le hacen decir al psicoanálisis en nombre de Freud lo hubiese dicho realmente; una muestra al respecto, de alguien ajeno al movimiento Lacaniano, Bruno Bettelheim, judío, cuya lengua materna fue el alemán, quien no solo leyó a Freud en Alemán si no que tuvo la oportunidad de escuchar su palabra, se sintió ingratamente sorprendido cuando, exiliado de los E.U. lee a Freud en ingles; ya no es Freud, es un discurso adaptado, adulterado, “modernizado” a las formas y necesidades pragmáticas de los norteamericanos, testimonio mas abundante al respecto podrá encontrarse en Freud y el Alma Humana (Bettelheim, B., 1983). Este retorno a Freud, que es retorno a los escritos originales, Lacan lo hace con las herramientas extraídas de otros campos, cosa que otros contemporáneos atrapados en las redes del burocratismo de las instituciones psicoanalíticas no habrían podio hacerlo, esos campos fueron el estructuralismo, a través de Merleau-Ponty y Levy.Strauss; la dialéctica Hegeliana a través de Kojeve y los descubrimientos de la lingüística estructural a partir de Saussure y R. Jakobson y que decir de los vínculos de Lacan con los surrealistas; retorno a Freud que no quiere decir que retomara religiosamente todo de Freud, sino aquello que tenia que ver con la experiencia del inconsciente , desde el Yo autónomo y coherente es una ilusión, que, valga la aclaración, no indica que no exista , las ilusiones existentes, hoy se les llama realidad virtual; Lacan, en su Seminario el Yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica hace uso de una metáfora, invita a imaginar una situación que bien podría calificarse de placentera: un lago junto a montaña, donde ninguna de las dos cosas son el yo: el Yo en la teoría Lacaniana seria la montaña, pero la montaña reflejada en el lago, imagen virtual, reflejo, mas de ellos podría leerse y profundizar en su teoría de la Fase del Espejo, la que, inspirada en las reflexiones de H. Wallon propone que alrededor de los 6 meses, el niño, gracias a su desarrollo neurológico es capaz de integrar una Gestalt, anticipar una imagen, germen de ese yo, a partir de la imagen materna (Lacan, J. 1980).
Freud también usaba metáforas, el invito a pensar que con respecto al Yo había que considerar como la capa que envuelve la yema de huevo, tan frágil para romperse, pero a la vez tan resistente como para envolver su contenido, otra forma de abordar la constitución del sujeto humano en Lacan, desde Freud, aunque también “la contingencia Lacan es una opción epistemológica, teórica y clínica en el campo freudiano, impugnando la paternidad medica, naturalista y evolucionista a la Freud reconoció durante su vida entera, contraponiendo una epistemología del psicoanálisis a la epistemología freudiana, en un gesto subversivo que da por tierra con cualquier versión religiosa que quisiese hacerse del …” (Braunstein, N., 1994:33)
El planteamiento lacaniano implica la relación del inconsciente con la lengua mas que con la biología, produciéndose un viraje en la practica clínica, practica que opinión de lacan se encontraba atrapada en la obstinada indagación del dato empírico que diera cuenta de la aparición del síntoma, del acto neurótico, del acto homicida o suicida; así, bajo la concepción del inconsciente estructurado como un lenguaje, un detalle, una letra, una palabra, un hecho, cuyo efecto simbólico, en tanto que significante, inadvertible a la mirada común del otro, aun para el propio sujeto, porque por eso es inconsciente , viene a ser causal y desencadenante, Vaya una muestra no factible de ampliar en este espacio, el caso de las hermanas Papin, gemelas, sirvientas a su vez de sus dos patronas, asesinan a estas ultimas una noche en que se da un corte de la corriente eléctrica, no pasaba la corriente, igual como no pasaban las palabras, entre estos dos pares de personas desde hacia mucho tiempo; el corte de luz viene a desencadenar el homicidio. Por efecto del proceso jurídico, estas dos homicidas son separadas por primera vez en su vida, se produce en una de ellas (¿o desencadena?) el delirio paranoide que invita a pensar en el despedazamiento del espejo, en la dimensión de lo imaginario, espejo que había sido hasta ese momento la hermana gemela (Lacan, J., 1978).
Desde lacan se puede hablar de un primer y segundo Freud: el primer Freud, el de 1900, el de la interpretación de los sueños, sostenía la primicia del Principio del Placer, que hizo decir a muchos de sus seguidores que Freud concebía al sujeto como Hedonista; el segundo Freud es el de sus escritos posteriores a 1920, sobre todo mas allá del Principio del Placer donde el psiquismo esta sometido a algo mas fundamental, la Pulsión de Muerte, que ,mas que nada es compulsión a la repetición, cosa que hay que analizar con detenimiento para no quedar atrapados en la textualidad del concepto; Lacan sostendrá que muchos se quedaron con el primer Freud, incluso sus fieles, no se atrevieron a enfrentar la dificultad de una aparente contradicción freudiana que mas que ello era una ruptura epistemológica, hacia ellos dirigirá sus criticas.
Por ultimo, con Freud sucedió y con Lacan también, los riesgos, los excesos, como el que del discurso Lacaniano se repitan frases y se hagan de ellas artículos de moda y que en su repetición fuera del con-texto, se suponga como que se comprende a Lacan. Así, algunas conceptos freudianos se convirtieron en lugar común para descalificar al enemigo (la proyección, por ejemplo), hoy algunos conceptos lacanianos comienzan a tener similar destino, -ya lo advertía alguien en los 80s utilizar lo imaginario de Lacan, separado de lo Real y lo Simbólico, para acusar al rival de que esta engañado o equivocado, eso es sobresimplificar en concepto que es central en la teoría lacaniana para reflexionar sobre las psicosis. Decir que el Yo proviene, no del sujeto, sino de la imagen del otro y que en tanto, es espejismo, es ilusión, no es denigrar ni descalificar al Yo, sino develar lo que hay de engañoso en todo sujeto humano.
Hay otros riesgos, y son con relación al dilema sobre cómo y donde debe efectuarse la enseñanza y transmisión del Psicoanálisis. ¿En las Instituciones Psicoanalíticas? Muchas se otorgan el crédito de la herencia legítima y la discusión continua. ¿En la universidades, cuando estas dependen para su desarrollo, que se apeguen a las políticas de la tecnocracia educativa cuyo afán es globalizar contradice la peculiaridad sobre un saber que no se sabe? Lo que suceda puede comprometer al psicoanálisis a un fatal destino, que en su momento y a su manera, Lacan denunció.



Bibliografía
Althusser, L., Freud y Lacan. Editorial Anagrama. Buenos aires,1970.
Bettelheim, B., Freud y el Alma Humana. Grupo editorial Grijalbo. Barcelona, 1983.
Braunstein, N., Freudiano y Lacaniano. Ed. Manantial. México, 1994
Freud, S., Contribución a la Historia del movimiento Psicoanalítico. Obras Completas, Tomo XIV. Amorrortu Editores. Buenos Aires, 1990.
Freud, S., Presentación Autobiografica. Obras completas, tomo XX. Amorrortu Editores. Buenos Aires, 1990.
Lacan, J., Acerca de la Psicosis Paranoica y su relación con la Personalidad. ED. Siglo XXI. México, 1978
Lacan, J., Escritos. Tomo I Ed. Siglo XXI México 1980
Roudinesco, E., Lacan Esbozo de una vida, historia de un sistema de pensamiento. Fondo de Cultura Económica. México, 1995
Turkle, S., Jacques Lacan. La irrupción del psicoanálisis en Francia. Editorial Paidos. Buenos Aires, 1983.

Publicado en: Gaceta de Salud Mental y Psiconeurociencias. Volúmen 2. Número 6, 2001. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. México.

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